viernes, 6 de mayo de 2011

Asian conection


Todo era absolutamente oscuro esa noche excepto la luna, que brillaba en un cielo, hasta hace pocos minutos violento y tormentoso. Me dolían el pecho y las piernas, había perdido la cuenta de los kilómetros que llevaba corriendo en esa jungla del demonio. No podía dormir, no podía comer, no podía parar, tenia que atrapar al desgraciado, no iba a  tener paz hasta ver cada célula de su ser extinta, no existía otra forma de lavar el odio de mis venas que, hasta ese momento, era el único combustible que me mantenía andando, si después moría, eso ya no importaba.
            Repte sigilosamente hasta la orilla de un río cercano, todavía había bastantes árboles así que entre eso y mi cuerpo cubierto de lodo era prácticamente un fantasma en las penumbras, mi cacería era perfecta. A unos 100 metros lo divise, huía como una cucaracha, ciega, desesperada y por sobre todo sucia y reventada de enfermedades, quise conservar la calma pero para cuando me di cuenta mi cuerpo ya estaba atravesando el río sin que yo se lo dijera, no había vuelta atrás. No se había percatado de mi abrupto arribo si no hasta que estuve mordiéndole los talones, mi adrenalina era tanta que se me nublaba la vista, corría tan deprisa que sentía que estaba levitando, estaba totalmente extasiado.
            Lo tome de la ropa y de un momento a otro, estábamos cayendo por un desfiladero, comencé a golpearlo al mismo tiempo que intentaba retenerlo, el trato de zafarse y mordió mi mano, lo solté, y en ese instante ambos terminamos arriba de una lancha que se encontraba en otro tramo del mismo río. El se incorporo primero y logro asestarme una patada en la quijada que casi acaba con la  pelea, pero esa noche yo era inmortal, el mismo Satanás controlaba mis músculos, logre levantarme rápidamente y corrí hacia él con la intención de derribarlo, pero logro tomar un arpón que lanzo hacia mi y me dio justo en una pierna, logre quitarlo pero era demasiado tarde, la lancha colisiono a toda velocidad haciendo que el motor explotase y nos lanzara varios metros hacia tierra firme. Al recobrar el sentido pude verlo tratando de levantarse y yendo en dirección hacia la entrada de una base militar oculta entre la maleza, logre tomarlo de los pies y hacerlo caer, metió la mano en su bota y lanzo un cuchillazo que no pude esquivar y terminó clavándose en mi ojo derecho. El dolor era insoportable pero logre ponerme de pie y alcanzarlo dentro de la base que resulto ser un silo de misiles de la ex unión soviética. Tome un fusil ACR que yacía sobre el cadáver de un solado devorado a la mitad por un cocodrilo que también estaba muerto y salí en busca del bastardo oriental. Allí estaba el, a punto de iniciar la secuencia de lanzamiento de uno de los misiles que acabaría con la mitad de la población de costa oeste argentina. No lo iba a permitir. Dispare a mansalva hacia una de las vigas que sostenía el techo por encima de el, esta voló en mil pedazos y logre sepultarlo bajo los escombros; lo había conseguido, había logrado acabar con el maldito, no!, debía comprobarlo yo mismo, debía ver su cadáver desfigurado e inanimado, levante los escombros y mi sorpesa fue infinita: EL HIJO DE PUTA TODAVIA RESPIRABA, no solo eso, volteo su cabeza y me miro a los ojos, con esa mirada de chino comunista despreciable, esa mirada sin alma, esa mirada que comparte con 100 millones de alimañas iguales a el en un país que representa el cáncer mas grande que ha tenido la humanidad, donde los niños son obligados a trabajar como los esclavos en el antiguo Egipto, las mujeres cocinan fideos salteados con verdura y pollo durante días enteros y los hombres son chinos. En ese momento el odio se levanto desde mis entrañas y tomo mis brazos para terminar el trabajo del santo padre e iluminar al mundo con la luz de la justicia divina por primera vez en mil años, así que puse mis manos alrededor de su cuello y lo estrangulé hasta ver el color de su piel tan roja como la sangre brotando de mis ojos rabiosos.
De pronto, como por arte de magia, el odio desapareció, la luz de justicia se desvaneció y yo estaba de pie en frente del oriental. No había jungla, ni misiles ni cocodrilos, ni un carajo, solo el mostrador, Martín y una frase dando vueltas en mi cabeza: “no te entiendo chino, y no se que mierda querés que haga con ese MP4 mugriento que tenés ahí la puta que te parió”.

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